sábado, 6 de septiembre de 2014

Cecilia Restiffo


Cecilia Restiffo nació en la ciudad San Martín (Mendoza, Argentina) en 1975. Es profesora de Grado Universitario en Lengua y Literatura (UNCuyo). Ha participado intensamente en diversos proyectos literarios como la revista Molinos de viento y Ulyses. Además dirigió el suplemento poético La Voz. Mientras ejerce la docencia a nivel secundario y terciario, colabora con sus reseñas críticas en el Diario UNO de Mendoza y en la revista El Desaguadero. En 2004 publicó La cicatriz del silencio, su primer poemario, en la Colección de Poesía Desierta de la editorial Libros de Piedra Infinita. La casa vacía (Colección El Desaguadero), de reciente aparición, será presentado en el Festival de Poesía de Mendoza 2014.

* * *

Cardos

Empolvada de arroz
abriste la puerta del sueño
tu fe despierta el recuerdo
de los pasos
herida.

Caminás, sin sombra
por  el margen de la infancia
y tu piel se quema con el sol
descubierta.

Hemos andado persiguiendo ángeles
desmenuzando las horas
a la intemperie  de las preguntas
desconsolada.

Cruzamos ese límite
y casi en el vacío
propusiste volver a echar la suerte
rota en un bar.

Acá está mi boca
llenemos el aire de libertad.



Para el invierno

Los frascos apilados arriba del mesón
una rutina de todos los veranos,
estamos sentados al ras de la infancia enfrentados
bajo el parral de toda la vida,
un fuentón lleno de tomates rojos nos ha convocado.
Las manos ensangrentadas de pulpa tibia buscan
la albahaca y la sal, desde  adentro llegan los gritos y las risas
de las que  hierven el invierno en el caldero humeante.

El aroma nos embriaga, te miro de reojo
 tu cara seria no me perdona  aquel desprecio
«Ya casi terminamos», esa voz suena lejana, sentenciosa.
No respondo, no encuentro las palabras
como todas las veces,  me resisto a llorar en tu presencia
la cebolla desgajada  me provoca  y su jugo blanco
escurre mi culpa.

Te miro envasar el futuro como cada año, tus manos
que siempre me han sostenido, siguen allí
continuamos el ritual  y  tapamos esas bocas  llenas de palabras no dichas,
la alacena se puebla de esperanza tricolor y  ya no quiero irme,
ya no tengo otra cosa más importante,
que acompañar a mi padre en esa ceremonia  milenaria
de protección y  amor al calor de la tarde
de mis trece años.


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