sábado, 6 de septiembre de 2014

Rafael Felipe Oteriño


Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Vive en Mar del Plata. Publicó los siguientes libros de poesía: Altas lluvias (1966), Campo visual (1976), Rara materia (1980), El príncipe de la fiesta (1983), El invierno lúcido (1987), La colina (1992), Lengua madre (1995), El orden de las olas (2000), Cármenes (2003), Ágora (2005), Todas las mañanas (2010) y  Viento extranjero (2014). Su obra se encuentra reunida en la Antología poética del Fondo Nacional de las Artes (1997) y En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2008). Recibió, entre otros, el Premio publicación del Fondo Nacional de las Artes, Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación, el Konex de Poesía, el Consagración de la Legislatura bonaerense y, en fechas más recientes, el Premio Nacional Esteban Echeverría, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía y la distinción Rosa de Cobre, entregada por la Biblioteca Nacional el 19 de septiembre. La crítica literaria y el ensayo conforman sus otras actividades literarias, junto con la docencia universitaria. Para el año próximo prepara el libro de ensayos La palabra iluminada. Codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

* * *

Todos, alguna vez, estuvimos en el Paraíso

El que observó a medianoche la espuma blanca del cielo,
el que oyó un galope prolongado en la estepa de la mañana,
los que presintieron la lluvia y se refugiaron en ella,
el pescador que aguarda el próximo pez que prenderá esa tarde,
el que recuerda el olor a café detrás de una puerta que no existe,
quien siente en la boca la primera palabra de un verso:

todos, alguna vez, estuvimos en el paraíso;
las manos lo tocaron y el pecho aspiró su aroma,
el Paraíso cedió por un instante -se detuvo allí-
alzó un vivac en el que cada fragmento coincidió con su parte:
las sombras con el árbol, el árbol con el camino,
el río de Heráclito con el río a secas.
.

En grandes círculos

Quedé varias horas mirando el humo girar sobre los techos,
la vida regresaba a mí en grandes círculos,
una nube era seguida por otra nube,
la luna no menguaba sino para brillar con más fuerza,
la confianza era bendecida por gotas de lluvia.

Una rama menos callada musitó al oído:
lo que no tuvo comienzo tampoco tiene fin.

En grandes círculos,
como los batallas en los libros de historia,
como las fechas en la memoria de los más viejos,
como las notas de cristal de ese pájaro
que canta a intervalos y aclara el día.

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